Por Iremar Antonio Ferreira
Instituto Madeira Vivo-IMV, Núcleo Rondônia do Foro Câmbio Climático y Justicia Socioambiental- FMCJS en Brasil
Para lograr una transición energética justa, inclusiva y popular es necesario superar esas “posiciones” que consideran imposible un cambio dentro del sector, mayormente propagados por grandes corporaciones.
Estoy dentro del activismo social por cambios que respondan a los derechos e intereses de los pueblos y comunidades tradicionales desde la década de 1980. Y lo que he ido aprendiendo en todo este tiempo es que todo el mundo anhela el cambio, pero al mismo tiempo, le tiene miedo, tal vez sea por la incertidumbre, o quizá por la dificultad de adaptarse a algo nuevo.
En el proceso histórico de Brasil podemos identificar que desde los años 70, durante la dictadura, las personas fueron impulsadas a tener más que otros, desde los primeros años de escuela nos enseñan a competir, a ser los mejores, y así, hemos ido olvidando el deseo de hacer, en conjunto, un país en el que todos tengan los mismos derechos, ya sea en la ciudad o en el campo. Así fue que nos lanzamos a la década de 1980, en un proceso de redemocratización, deseosos de elevarnos desde la condición del tercer mundo al de primer mundo.
La radio, televisión, periódico y los folletos de alfabetización nos “deseducaron” para desear avances tecnológicos provenientes del exterior. Fue así que, bajo un continuo proceso colonialista, les ofrecimos nuestra materia prima, mientras importábamos tecnología, principalmente del sector eléctrico (hidroeléctrica, nuclear, centrales térmicas, etc).
Por otro lado, y especialmente en el campo, los inventos que generaban tipos de energía (mecánica o eléctrica) sirvieron para generar mejores condiciones de vida para los trabajadores.
Algunos de estas creativas invenciones vinieron de los inmigrantes, otras se desarrollaron a nivel local.
Hay varios ejemplos como la turbina de vapor con residuos de madera, la turbina de agua para generar electricidad, los molinetes y ruedas de agua (para promover la limpieza de alimentos como arroz, maíz, maní y para bombear agua) y los molinos de madera impulsados por la fuerza motriz de los animales. Todo vinculado a actividades productivas locales.
Sin embargo, el discurso predominante fue que esta forma artesanal de producir energía simbolizaba el atraso y el ‘tercermundismo’, y que, por tanto, se debía abandonar estas técnicas y aceptar los avances tecnológicos, para llegar a competir con potencias mundiales.
La industria petrolera impulsó la producción de automóviles y la apertura de carreteras y caminos secundarios en todas partes, abandonando así los ferrocarriles, que fueron construidos sobre la espalda de miles de indígenas que resistieron la ocupación violenta de sus territorios.
La inversión en centrales hidroeléctricas y la promoción del acceso a la energía eléctrica ayudaron a desarrollar la industria de equipos esenciales dentro de las casas del campo y de la ciudad, tales como la televisión, lavadora, plancha, entre otros.
Cabe agregar que en las ciudades se hizo una industrialización focalizada en los centros urbanos, atrayendo a la población rural con la ilusión de “progreso”, sucediendo todo lo contrario ya que se intensificaron las desigualdades sociales, formando una masa intensa de mano de obra barata con consumidores cautivos.
Dicho lo anterior, en esta introducción traté de brindar un breve panorama de cómo mentes y corazones fueron secuestrados por el discurso hegemónico de que dependemos del monopolio tecnológico de grandes empresas, a tal punto de creer que no existe otra forma vida posible.
En ese sentido, los movimientos sociales, académicos y técnicos tenemos un gran desafío por delante.
No basta con tener acceso a fuentes de financiación para proyectos justos de energías renovables, no basta en que creer que con ello ya estamos haciendo la transición energética justa, inclusiva y popular.
Para ilustrar esta afirmación, les cuento una breve historia que sucedió en el 2018, cuando Joilson Costa y yo, articulador del Frente por una Nueva Política Energética para Brasil (FNPE), navegamos por el río Madeira (Madre de Dios) hasta la comunidad de Cavalcante, constituida a la fuerza a mediados de 2014, luego de sufrir intensas inundaciones en la cuenca de dicho río.
En esta visita teníamos como objetivo, discutir la posibilidad de que FNPE contribuya a la elaboración de un proyecto que permita la instalación de paneles solares para satisfacer la demanda de electricidad, puesto que la mayoría de familias tenían a la pesca como fuente de ingresos.
Y para mantener el pescado frío y tener algunas horas de electricidad gastaban casi todos sus ingresos comprando gasoil para alimentar decenas de pequeños motores generadores.
Entonces, luego de hablar sobre los desafíos de no poseer un suministro eléctrico, discutimos las posibles formas de resolver este problema.
Los comuneros informaron que a través de la asociación habían suplicado a Eletrobrás, ente gubernamental responsable de la generación y distribución de la energía eléctrica, la ampliación de la red, la cual cruzaría el río Jamari para llegar a Cavalcante.
Asimismo, exigieron a las empresas responsables de la central hidroeléctrica Santo Antonio, una unidad centralizada de generación de energía para la comunidad, como parte de la indemnización por haberlos desplazado.
Sin embargo, luego de cuatro años, estas propuestas y promesas no han progresado.
Tras un análisis de la situación, Joilson Costa, les informó de la posibilidad de buscar apoyo económico a través de un proyecto que habilite la instalación de microsistemas solares para la generación de energía solar fotovoltaica, lo que sacaría a la comunidad de la exclusión de derechos.
En tal sentido, tendrían algunas necesidades básicas satisfechas y bajarían sus costos con la quema de gasoil, contribuirían a la salud ambiental de la comunidad y podrían mejorar los ingresos, entre otros factores positivos.
Esperábamos que todos aceptaran a la vez, pero ocurrió todo lo contrario. La mayoría de los miembros de la comunidad se opusieron, preferían la energía que llegaba por los cables convencionales de Luz para Todos, un programa del Ministerio de Minas y Energía de Brasil.
Para nosotros fue un balde de agua fría porque creíamos que la propuesta sería irrefutable, pero aceptamos la negativa de la comunidad y tratamos de entender el motivo de la incredulidad sobre la energía solar.
Sin mucha dificultad, constatamos que ni siquiera teníamos una pieza publicitaria que incitara el uso de la energía solar.
Por otro lado, el incentivo de consumo de electricidad generada por centrales hidroeléctricas, era difundida a través de sus televisores y radios.
Allí estaba el gran desafío. Teníamos que enfrentar a esas narrativas que indicaban que solo hay una opción y no más, y que, por cierto, ocupaban espacios en todas las redes sociales y medios tradicionales.
Este discurso es promovido por empresas del sistema Eletrobrás, ya que no quieren perder ingresos con la ampliación de la micro y minigeneración distribuida, y porque no les importa y tampoco tienen interés en asumir la responsabilidad de la crisis ambiental global, que se vive explícitamente en estas localidades amazónicas.
Los desafíos encontrados en esta comunidad hicieron que la FNPE, a través de sus organizaciones miembros, refuerce la “Campaña Nossa Casa Solar”, generando un proceso de movilización y sensibilización en todo Brasil.
Como resultado positivo de esta acción, hubo un aumento en la instalación de sistemas solares fotovoltaicos, así como la entrada de nuevas empresas en este rubro, así como la apertura de líneas de financiamiento, expandiéndose particularmente, en los sectores con capacidad de inversión.
El gobierno federal, por su parte, actuó en contra de la campaña, desalentando las inversiones, en pocas palabras, una clara defensa de los intereses de las grandes empresas.
En conclusión, podemos decir que la transición energética justa, inclusiva y popular es posible a través de:
1. Un cambio de paradigma, que se logrará a través de la información y la educación popular. Así las personas entenderán que para tener calidad de vida es fundamental que el río corra libre, sin represas; que para tener un clima aireado se necesitan más árboles y menos aire acondicionado; que para tener una iluminación dentro de casa, se necesitan ventanas, tejas transparentes y menos lámparas.
2. De igual modo, se deben generar fondos solidarios a través de organizaciones cooperativas o de cooperación nacional e internacional, para invertir en sitios potenciales para la generación de diversas fuentes de energía (solar, biomasa, biogás, petróleo, eólica, microhidráulica entre otras) en áreas rurales o urbanas.
3. Asimismo, es necesario llevar este mensaje a los medios de comunicación, utilizando un lenguaje que alcance las diversas realidades.
4. En el ámbito legal, se tiene que seguir presionando por leyes y presupuestos públicos que aborden y frenen el cambio climático, y que estas normas, implementadas a través de programas, proyectos o políticas públicas, promuevan una justa, inclusiva y popular transición energética.