Por Antonio Zambrano Allende
Los cambios no pueden esperar más. El transporte de Lima, colapsado por décadas, se ha puesto contra la pared frente a la tragedia humana del COVID 19, ni las 4 horas diarias perdidas por habitante, ni las enfermedades neurológicas y respiratorias que ocasiona o la reducción de la calidad de vida de todos nosotros tocaron tanto los nervios a los políticos como para que hagan algo serio al respecto.
Algunos podrían decir que el trauma del tren eléctrico de Alan García golpeó de muerte el debate sobre el transporte sostenible en la ciudad e hizo de las propuestas alternativas un riesgo político indeseable, o quizá fueron las mafias del transporte o la liberalización de las rutas durante el fujimorato. Lo cierto es que el 46% de los limeños consideramos que la movilidad en Lima es uno de los tres problemas más importantes de la ciudad, solo superado por la Inseguridad ciudadana y seguido muy de cerca por la corrupción.
Sin embargo tanto el primero como el tercero de estos problemas suelen estar en una agenda de cosas a vigilar, exigir y reclamar por la ciudadanía en el día a día. El Transporte, por desgracia se volvió para muchos, una suerte de fatalidad del destino.
Hoy esta se encuentra con otra de mucho mayor envergadura, una pandemia global que amenaza con matarnos si nos movemos o interactuamos como lo hacíamos hasta ahora. Si el transporte de Lima era inviable, ahora es simplemente imposible. Las políticas públicas deben hacer en cortísimo tiempo lo que el sistema forzó por demorar de distintas maneras. Lo que viviremos en las próximas semanas en Lima será un Shock en el transporte. Con restricciones sumamente fuertes y la incapacidad real y concreta de movilizar a las personas que aún conserven su trabajo hacia sus centros de labores.
De forma desesperada y solo habiendo pasado más de 30 días de iniciada la pandemia, el gobierno metropolitano ha iniciado a marcar algunas pistas segregando y brindando condiciones mínimas de seguridad al transporte en bicicleta. ¿Es suficiente? No. Es imprescindible generar políticas que desincentiven el transporte motorizado individual y que permitan el transporte masivo digno y seguro. Hacerlo a toda marcha será un golpe muy duro para la ciudadanía y miles (cientos de miles) de ciudadanos se sentirán nuevamente excluidos si no se da acceso a bicicletas, buenas, baratas y a rutas que permitan llegar rápidamente a sus centros de labores.
De acuerdo al Instituto Nacional de Salud el 70% de la población entre 30 y 59 años en el Perú tienen sobrepeso u obesidad, producto también de ese liberalismo que impedía al Estado alertar sobre la alimentación chatarra por considerar que esto podría ser un atentado contra el libre mercado. Esto ha marcado un país que hoy se presenta previamente enfermo y con serias vulnerabilidades ante el al COVID19.
Tenemos frente a nosotros un Shock que debemos afrontar con cambios sociales profundos que no denigren la vida de la gente, sino que la mejore progresivamente, brindando acceso en tramos cortos a servicios de bicicletas municipales, buenos y aún más grandes buses en tramos largos y seguridad en las pistas segregando rutas completas de grandes avenidas, estimular la industria de la bicicleta y dar incentivos o incluso subsidios a bicicletas de muy bajo costo para familias de pocos ingresos.
Si el COVID a demostrado algo es que el mercado no resuelve los problemas críticos de la sociedad, es la respuesta colectiva con un Estado que represente a la ciudadanía la que tiene que traernos una ciudad nueva con una movilidad diferente.
Foto abridora: Exitosa Noticias